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La restauración de la obra sinfónica de Beethoven

Savall inaugura el Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid con la «Eroica» y la Quinta sinfonía.


Foto: Molina Visuals

El pasado 19 de octubre comenzaba el Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la UAM en el Auditorio Nacional de Madrid. El Ciclo, cuya dirección artística y organización depende del Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música (CSIPM), alcanza en ésta su XLVII edición. Con el lema «Solo Beethoven», el concierto inaugural a cargo de Jordi Savall y Le Concert des Nations y músicos de la Academia Beethoven 250, acontece en el marco de celebración del 250º aniversario del nacimiento del compositor, al que director y orquesta contribuyen con la interpretación de las nueve sinfonías. El proyecto, iniciado a finales de temporada pasada con las sinfonías Primera y Segunda, continuará este otoño con las interpretaciones de la Sexta y Séptima, para concluir en 2020, año de la efemérides beethoveniana, con las dos últimas obras del ciclo.


Como es sabido, aunque Savall ha centrado su dilatada labor como investigador e intérprete en la Música Antigua, las incursiones en el repertorio del período clásico no son infrecuentes. Entre sus interpretaciones y registros discográficos figuran, de Mozart, la Música para un funeral masónico y el Réquiem (Astré Audivis, 1991), la Serenata Nocturna y la Pequeña Música Nocturna (Alia Vox, 2005), las Sinfonías núms. 39, 40 y 41 (Alia, 2019); la obra sinfónica completa de Arriaga (Astré, 1995); sinfonías y quintetos de Boccherini (Alia, 2005); La Creación y Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz de Haydn, esta última obra también registrada en disco (Alia, 2006).


La relación de Savall con la música sinfónica de Beethoven se remonta a la última década del pasado siglo. Acompañada en el programa por la Sinfonía en re menor de Arriaga y la Obertura Coriolano Op. 62, la Sinfonía núm. 3 en mi bemol mayor Op. 55, «Eroica», se interpretó en 1994 en una gira de conciertos en las ciudades de Bilbao, París y Barcelona. La experiencia adquirida durante los ensayos e interpretaciones de Beethoven quedó recogida en una intensa sesión de grabación que, comenzando a las seis tarde del 25 de enero de 1994 se prolongaría, interrumpida sólo por breves pausas, hasta las nueve de la mañana del día siguiente. Sinfonía y obertura fueron publicadas por Audivis/Fontalis tres años más tarde. En 2016 aparecía una nueva edición remasterizada de las obras en la serie Heritage del sello del propio Savall.


No es lugar este para establecer comparaciones entre el registro discográfico y el concierto que hoy nos ocupa. Pero traer a colación la grabación es pertinente dada la correspondencia entre la actividad concertística y discográfica del maestro Savall; y también —esto es más importante— porque, a pesar del tiempo transcurrido, los criterios interpretativos aplicados entonces continúan siendo los mismos y mismo el propósito: restaurar la obra sinfónica de Beethoven a través de la recuperación de su sonido original. Para conseguir esto es necesario retornar a las fuentes histórico-musicales de las obras, a la práctica interpretativa del momento en que éstas fueron creadas: considerar las cuestiones relativas a la afinación, la articulación, el fraseo, el equilibrio de timbres; las indicaciones dinámicas y agógicas así como las indicaciones metronómicas de tempo propuestas por Beethoven y a menudo desatendidas por la tradición interpretativa actual; ha de recuperarse el elenco orquestal requerido para cada obra y los instrumentos específicos que le fueron propios.


Savall presentó una orquesta de 47 músicos: 32 arcos distribuidos en 10 violines primeros, 8 segundos (a la derecha), 6 violas junto a los violines primeros; a continuación, en el centro, 5 violonchelos; y 3 contrabajos detrás de los violines segundos. Con las salvedades de la célebre tercera trompa para la «Eroica», flautín, contrafagot y 3 trombones para la Quinta sinfonía, los demás vientos, como es habitual en la plantilla clásica, estaban por parejas, al igual que los timbales. Buscando el equilibro de los metales entre sí y con el resto del conjunto, las trompas se colocaron a la izquierda y las trompetas a la derecha.


Desde el comienzo se hizo patente la singularidad del planteamiento en la «Eroica». Los acordes iniciales secos, precisos, del Allegro con brio dieron paso a un discurso de texturas nítidas que permitía apreciar la singularidad tímbricas de cada sección que presentaba el motivo inicial hasta desembocar, tras el «esforzado» pasaje in crescendo, en el esplendoroso tutti en ff que revelaría la sonoridad rotunda y a la vez contrastada del conjunto de Savall, sin estridencia de los metales naturales y equilibrados los acordes gracias la dulzura de los vientos madera y calidez de la cuerda. Destacable sobremanera cada intervención de las trompas. Destacables también los pasajes distendidos del movimiento, valles entre tensiones eléctricas, que daban posibilidad de escucha a las líneas menores de un entramado rico y minucioso, casi siempre marginado en favor de lo obvio. Ninguna violencia más transparente que la contenida en los compases de la sección del desarrollo del Allegro con brio; ningún contrapunto más delicado y bello, emocionante, que el monumental fugatto central de la Marcia Funebre, suerte de coreografía hipnótica iniciada por las cuerdas a la que se incorporan con solemne cadencia las maderas, empezando un oscuro fagot, al término de cuyo trino toman relevo imitativo las flautas sobre la pesante figuración de violas en staccato.


Impasible en apariencia, pero sumido en el detalle, Savall regulaba y contenía la masa sonora en expansión hacia el clímax del fugatto con sencilla elegancia y sin drama, como acostumbra a dirigir. Al vigoroso tempo adoptado para el Scherzo le infundió el necesario énfasis desde la economía gestual. La intervención de los trompistas en el Trio, digna de reseñar, fue sencillamente brillante. Lo mismo cabe decir del último movimiento, Adagio—Allegro molto vivace, un tema con variaciones ya empleado por Beethoven en el ballet Las criaturas de Prometeo Op. 43 y en alguna otra obra menor. Los músicos de Le Concert des Nations y la Academia Beethoven 250 evidenciaron de nuevo aquí la solvencia que les distingue tanto en conjunto como individualmente.


El movimiento inicial de la Quinta sinfonía fue rotundo; sonido robusto pero a la vez contrastado. Sirva como ejemplo el ataque del célebre motivo; desde mi ubicación, nada próxima al escenario, pude distinguir los clarinetes aportando color al compacto de la cuerda, y escucharlo con absoluta claridad. En una orquesta sinfónica actual esto no habría ocurrido. El Allegro con brio, en suma, discurrió desde el comienzo enérgico y dinámico, con una llegada al desarrollo (motivo entonando por las trompas en ff) trágico y acaso un tanto desgarrado dada la aspereza de los metales naturales, la altura e intensidad requeridas. La breve cadencia encomendada al oboe sonó más desoladora que nunca. Al menos fue la impresión que tuve tras la liberación de los acordes finales.


Con el Andante con moto llegó un momento de serena recreación: los violonchelos cantaron su parte con articulación muy marcada; las maderas, en especial las flautas, aportaron dulzura en sus intervenciones. Especialmente hermosos fueron los pasajes en que la melodía fluía liviana por el registro grave de las cuerdas, bajo largas notas ligadas de clarinetes que lentamente se desvanecían. Serenidad muy alejada de la súbita oscuridad y el misterio del Allegro siguiente, a cuya tensión contribuyeron con aspereza redoblada los metales martilleando obstinados el motivo eterno junto a exaltados timbales. Las series de figuraciones rápidas, entrecortadas de la cuerda, dilataron la tensión de manera magistral; así como los juegos de pizzicati entre maderas y cuerdas, impecables, contribuyeron a acrecentar el misterio previo al enlace con la explosión de júbilo del Allegro final, que fue todo lo emocionante que cabía esperar en el final de una Quinta sinfonía memorable.


Como no podía se otra manera el público del Auditorio Nacional aplaudió con entusiasmo. El maestro Savall agradeció las muestras de reconocimiento y finalmente dirigió al público unas palabras. Habló del poder que Beethoven confería a la música como elemento para el cambio social, y de la facultad de la música para transmitir los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad en los que Beethoven creía firmemente. Ideales del siglo XVIII de los que nosotros nos hemos alejado hoy, y a los que podríamos añadir otros como Humanismo, Empatía y Diálogo. «Sin esto —concluyó Savall— nunca superaremos los conflictos del mundo ni de nuestro país».

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