Amargo comienzo y dulce final en el XXII Ciclo de lied
De menos a más. Así podría resumirse lo que fue el quinto recital del XXII Ciclo de Lied en el Teatro de la Zarzuela el pasado lunes. El comienzo fue frío, como la temperatura madrileña de ese día. A la vez entraron los cuatro cantantes (Marcus Schäfer, Christian Elsner, Michael Volle y Franz-Josef Selig) y se mantuvieron de esta guisa durante todo el concierto. Algo poco habitual, a decir de los rostros del público asistente.
No sería hasta casi el final de la primera parte cuando, entonando los lieder de Johannes Brahms, arrancaron los primeros aplausos y vítores. El recinto tampoco ayudaba a este tipo de concierto, cuyo potencial habría que explotar en las tabernas para las que, en realidad, se compuso. Aun así, entre risas y momentos de gran lucidez vocal, consiguieron convencer a todos los asistentes reticentes durante los primeros lieder de Schubert (Der Gondelfahrer, Die Einsiedelei y Die Nachtigall).
En un concierto marcadamente “schubertiano”, las composiciones de Felix Mendelssohn cosecharon grandes ovaciones gracias a este magnífico (e inédito) cuarteto masculino. Esta agrupación, que por vez primera actuaba en Madrid, no sólo han logrado convencer en papeles operísticos, mayoritariamente wagnerianos, sino que en esta ocasión también lo han hecho en conjunto camerístico. Quizás quien menos destacó fue el pianista, Gerold Huber, con una interpretación demasiado conservadora y plana. Por momentos parecía desaparecido, acompañando con dinámicas demasiado débiles y sin potenciar a las voces cuando lo requerían.
Por lo demás, el público asistió a un concierto de contrastes con dos bises, La pastorella y una canción de noche alemana para dejar buen sabor de boca. Si el comienzo fue amargo, dulce fue el final. Esperemos que el próximo concierto del ciclo, el 4 de abril, con la soprano Danielle de Niesse, vuelva a llenar la Zarzuela como lo ha venido haciendo desde su primera edición, que tuvo lugar hace veintidós años.