El laboratorio del espacio
El pasado 4 de marzo tuvo lugar la VIII edición de El laboratorio del espacio, cuyo resultado es este concierto integrado dentro del Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. Se trata de una ocasión singular, pues esta primera semana de marzo ha aglomerado varios eventos alrededor de los espacios sonoros que enmarcan este concierto. El laboratorio del espacio 2020 reúne las obras seleccionadas en el II Concurso de composición ECIS-CSIPM, compuestas específicamente para el aprovechamiento de la instalación sonora del Auditorio 400 del Museo Reina Sofía, donde tuvo lugar el concierto. Para su mayor puesta en valor, se hizo coincidir esta fecha con la celebración del V Congreso Internacional de Espacios Sonoros y Audiovisuales, por lo que se trató de un encuentro verdaderamente premeditado, integrando las discusiones del congreso con una cuidada selección sonora que ilustra la teoría compositiva contemporánea sobre el espacio sonoro. Así, la colaboración entre el Espacio de Creación e Investigación Sonora (ECIS) y el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música (CSIPM) ve materializado su esfuerzo en conciertos como este, que van consolidando la presencia y actividad del ECIS desde su inauguración el pasado año 2017.
El concierto estuvo conformado por siete piezas que, cada una con una técnica personal, trataban de relacionar el hecho sonoro con el espacial desde un punto de vista verdaderamente musical, ya que invierte la tradicional relación de la acústica de los espacios para experimentar con las características del sonido al integrarlo en un espacio determinado. Así, pudimos percibir e intuir varios espacios a través de la escucha, o escuchar deformaciones electroacústicas de instrumentos en vivo que juegan con el sistema de altavoces del auditorio y las características espaciales de la sala. Por otra parte, es un concierto que nos mostró claramente que la composición contemporánea deja atrás al sonido musical: piezas construidas enteramente con sonidos electrónicos o ediciones electroacústicas de sonidos no musicales, exceptuando las intervenciones del saxofón, que no dejaban de estar complementadas con otros sonidos electrónicos.
La pieza que abre este concierto es Whispers, de Spiros Papadopoulos. El compositor griego, siguiendo su línea creativa en la que trata la protesta y la manifestación a raíz de las crisis sociales de los últimos años, nos muestra una pieza compuesta por gritos humanos, enfurecidos, que, sin realmente llegar a verlo, nos sumergen dentro de una multitud que se manifiesta. Unos golpes metálicos crean una sensación rítmica, mientras el juego espacial que crea con los altavoces nos oprime dentro de la multitud, apelando casi a nuestro instinto de defensa, cuando realmente nos encontramos en un espacio bien abierto y amplio. Es una obra que verdaderamente nos llama a preguntarnos, y que nos reiteraremos a lo largo del concierto: ¿es una composición musical? ¿es arte sonoro? ¿o es una performance de protesta? La verdad es que, a través del sonido y su ecualización en el espacio nos hace vivir una experiencia artística, forzando los límites conceptuales del arte sonoro.
Para su contraste, Rituel violet, de Jorge Antunes, nos presenta una intervención del saxofonista Francisco Martínez ampliada a través de la electroacústica. Aquí, más que complementar o acompañar, podemos afirmar que la electrónica “amplía” la interpretación del saxofón, pues mantiene algunos de los sonidos que toca, distorsiona otros, y hace que escuchemos más de los que vemos tocar al intérprete. Esta conjunción hace que los sonidos metálicos y ondulados del saxofón establezcan relaciones entre ellos y, a su vez, con el espacio del auditorio, y creen una sensación envolvente que verdaderamente nos hace percibir la acústica del espacio a través de las diferentes reacciones que tiene el sonido frente a las características de la sala: los graves mantenidos de manera electrónica crean profundidad, mientras los más agudos suenan opacos y mucho más metálicos.
La siguiente pieza, Conversa, de Oriol Gauss, nos presenta una serie de sonidos que, de una manera automática, nos hacen querer buscar referentes en la naturaleza que nos permitan identificarlos. Comienza con un torrente de sonidos abrumador que parece una tromba de agua distorsionada, la cual nos deja a su paso un eco similar al viento, unas distorsiones ruidosas, y un sonido de lluvia. Una serie de sílabas con voz humana terminan esta secuencia de sonidos, tras lo que la obra concluye con un fundido sonoro y una cita leída en relación a la función humana en la naturaleza. Se trata de una selección de sonidos que nos hace pensar sobre las características propias de cada sonido y la identificación de cada uno de ellos sin su referente. Sin embargo, la secuencia en la que se sucede cada tipo de sonido resulta una estructura algo confusa de seguir, que de alguna manera dificulta el fluir sin dejarnos intuir los acontecimientos sonoros.
Algo similar sucede con Sabbath v.2 de Luis Fonseca, una instalación audiovisual sonorizada. La imagen nos muestra la maqueta en 3D de un edificio mediante las líneas de sus muros, por lo que podemos ver todas las capas del edificio. Apreciamos una serie de arcos, pero la identificación no es del todo evidente por la selección de sonidos electrónicos que la acompañan, que al principio puede parecer incluso algo aleatoria. Es cuando se aproxima a la cúpula y suenan unas campanillas, y cuando pasa al edificio anexo y suena un extracto de canto llano cuando comprendemos que se trata de un recorrido sonoro por un edificio religioso: una planta con tres naves de arcos, un baptisterio anexo y una última capilla o claustro al costado. Es un paseo sonoro peculiar por no utilizar los sonidos literales que podríamos esperar de un paseo presencial, pero la conexión con el lugar y los hechos resulta algo tardía.
A continuación, el concierto continúa con dos piezas electroacústicas, solamente sonoras. Sticky situation de Dominic Purdie presenta una serie de sonidos mucho más electrónicos que son muy interesantes por el plano sonoro que presentan. Similar a un lento desprendimiento de tierra, a un huevo que se descascarilla o a unas microrroturas, nos sugieren acciones pequeñas pero que se presentan de manera amplificada y a gran volumen. Hace que unos sonidos que nos suenan a quebradizos y frágiles se eleven a un plano sonoro tan fuerte que crea una sensación de contrapunto, que nos crea una especie de disociación muy cautivadora en el sonido. Por otra parte, Duration study de Przemyslaw Scheller, nos presenta una serie de sonidos mucho más puramente electrónicos y faltos de referentes naturales, que incluso llega a recordar a los sonidos de los alienígenas en las películas de ciencia ficción y en cómo, ya sea a través de su uso y asociación o de manera automática, hemos terminado dando referentes a las diferentes tipologías de sonidos electrónicos que hemos sido capaces de crear.
Continuando con el paralelismo cinematográfico, la última pieza del concierto, Después del incendio, toda la noche… de Sergio Blardony, presenta una obra audiovisual en la que se acompañan imágenes y sonido. Mientras vemos una especie de edificio abandonado, con un pasillo vacío y cubículos a los lados, el intérprete del saxofón juega con los sonidos a aire que pueden producir los soplidos y aspiraciones al instrumento, que si se utilizan también de manera electroacústica crea un clima de tensión o miedo, ante el espacio vacío y siniestro que vemos en pantalla. Llevando a un mayor clímax, las notas del saxofón terminan en sonidos metálicos desgarrados, como los gritos de fantasmas que esperaríamos de un lugar así. Se trata de recursos instrumentales curiosos, que nos hacen ver el potencial de los instrumentos y sus capacidades frente a las ficticias limitaciones que les imponemos a veces, aunque en su totalidad la obra juega en el cliché del cine de terror, previamente ya muy explotado.
Así da conclusión esta edición de El laboratorio del espacio, que nos muestra una cuidada selección de las diferentes técnicas y recursos que se pueden utilizar en la creación contemporánea y de cómo explotar las capacidades espaciales del sonido. No sin antes, en agradecimiento a su esfuerzo y larga trayectoria en la composición electroacústica, terminar con un homenaje al compositor Adolfo Núñez, profesor del departamento de música de la Universidad Autónoma de Madrid (en la que ahora se integra el ECIS) y fundador del Laboratorio de Informática y Electrónica Musical (LIEM), del cual el ECIS es el actual heredero. Esperamos así a la siguiente edición y a las nuevas propuestas sonoras que nos traerá la siguiente convocatoria del concurso de composición ECIS-CSIPM.