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Nicolas Altstaedt sorprende y triunfa en el Auditorio Nacional con las suites para violonchelo de J.

El violonchelista franco-alemán Nicolas Altstaedt nos ha visitado recientemente en el Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música, organizado por el CSIPM de la Universidad Autónoma de Madrid. El concierto tuvo lugar el día 21 de abril en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional.



Nicolas Altstaedt fue uno de los últimos alumnos de Boris Pergamenschikov y prosiguió sus estudios en Berlín con Eberhard Feltz, aunque también estuvo influido por otros maestros. Ganador de numerosos premios internacionales, debutó con la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta de Gustavo Dudamel tras haber ganado el Premio Credit Suisse Young Artist Award en 2010. Desde entonces, ha tocado con varias orquestas del panorama internacional. Interesado también por la música de cámara, ha compartido escenario con grandes intérpretes actuales. Su repertorio es amplio y variado, y ha trabajado con compositores contemporáneos como Moritz Eggert, György Kurtág, Sofía Gubaidulina y Lera Auerbach, entre otros.


Nicolas Altstaedt toca con un violonchelo de Giulio Cesare Gigli construido alrededor de 1760. En esta ocasión, el violonchelista franco-alemán se enfrenta a las Seis suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach, y lo hace de una manera peculiar: sin pica, con cuerdas de metal y arco barroco. Una mezcla que, sin duda, despierta la curiosidad del público y muestra una personalidad fuerte e ideas musicales interesantes.

La emocionante atmósfera empieza por las luces, cálidas y de baja intensidad, que iluminan al ya consagrado chelista vestido de manera discreta cuando se propone abordar una de las cumbres del repertorio para el instrumento.


Alstaedt realiza una interpretación sorprendente. La articulación y el fraseo barrocos contrastan con el sonido inconfundible de las cuerdas de metal que llena la sala. Las pausas entre las danzas son cortas y algunos tempi quizás resultan demasiado rápidos para la comprensión de la música, aunque sí que despierta el asombro del público. En la Suite VI, de gran dificultad y brillante por sí misma, el violonchelista cambia su instrumento por un violonchelo piccolo, que le permite acceder a los registros agudos de forma más cómoda y que da un timbre especial para cerrar el concierto.


Se trata de un programa muy exigente para el intérprete por la dificultad técnica y musical, así como por la concentración que requiere tocarlas todas de memoria. También lo es para el público, pues debe mantener la atención en un único instrumentista, un escenario sobrio y unas obras de gran intensidad y abstracción.


Alstaedt demuestra un gran control de la música en un concierto que no se programa habitualmente. Nadie sale indiferente de una interpretación tan personal que, sin duda, nos deja muchas ideas musicales y un debate abierto: la interpretación histórica y la utilización de recursos actuales para ponerlos a su servicio.

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