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Amor divino al humano

El pasado 28 de febrero, el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música nos presentó su homenaje anual al profesor Francisco Tomás y Valiente en su ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. El Orfeón Pamplonés, con la dirección de Igor Ijurra, fue el encargado de transmitir el mensaje de paz universal que las obras interpretadas hilvanaron desde el plano divino al humano.


La tarde del 28 de febrero el Auditorio Nacional recibió, como es habitual, al público del ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música, organizado por el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid. Sin embargo, este concierto tiene algo de reseñable dentro de la que es ya la XLVI edición del ciclo. Otro año más, en colaboración con la Facultad de Derecho y la Fundación Cultura de Paz, se dedica uno de los conciertos a la memoria del profesor Francisco Tomás y Valiente, manteniéndola presente entre quienes lo recuerdan y llegando así a los más jóvenes estudiantes que entran cada año en las aulas de la universidad donde Tomás y Valiente ejerció durante más de una década.


Es en este ambiente de recuerdo, solemnidad y respeto, a la vez que emotividad, en el que se presenta Del amor divino al humano. En una interesante apuesta musical de obras escasamente programadas, se nos presenta, a través de una diversidad lingüística que abarca desde el latín, pasando por el alemán y el francés hasta el euskera, un programa que apela a un mensaje de paz universal, a una hermandad y respeto mutuo, ya que, aunque sea de maneras diferentes, todos estos pueblos cantan al mismo dios.


El concierto se abre con un solo de órgano que, jugando con las diferentes texturas y timbres del instrumento, nos sitúa con el lento crescendo minimalista del Annum per annum de Arvo Pärt en las puertas celestiales. En una poética y contundente imagen, el órgano, que abarca todo el fondo superior de la pared del escenario, nos preludia la entrada a la casa de Dios, al lugar divino que el coro, ocupando el escenario de lado a lado, nos ilustra en el Locus istede Anton Bruckner. Es realmente brillante la manera en la que las breves piezas se suceden, creando una atmósfera mística a través de la profesión del amor divino. El Orfeón Pamplonés, técnicamente muy hábil, nos ilustra el hogar de Dios con el Giestliches Lied de Johannes Brahms en una sonoridad consonante a la vez que contrapuntística, y realizará en esta primera parte un viaje por el culto y amor a lo divino.


Con los cantos a la virgen en el Bogoroditse de Sergei Rachmaninov, el Orfeón brilla en los cambios dinámicos que sus cantantes saben realizar manteniendo la afinación y colocación de la voz. El Pater Noster de Lorenzo Ondarra comenzará a cambiar la sonoridad del programa, buscando mayores disonancias y diferentes colores armónicos, creando crecientes disonancias con las entradas canónicas del coro. A continuación, el Aita Gurea de Madina, con la misma letra pero en euskera esta vez, nos ilustra un canto al padre redentor menos atormentado que el anterior, más conmovedor, homorrítmico, y con unas remarcables voces solistas de tenores y bajos que puntualmente sobresalían por encima del resto del coro. Este canto al Padre comienza el descenso de nuestro viaje, se deja atrás la perfección y consonancia celestial para cantar a lo divino desde el lugar del humano.


Con la Cantique de Jean Racine de Gabriel Fauré, el Orfeón evoca al pueblo, temeroso de la ira de Dios, que suplica a la bondad y gracia divina en un juego tímbrico y textural entre las diferentes voces del coro, que se suceden alzando la voz sobre el resto, creando un momento realmente emotivo que da paso a un momento místico con Frateres de Arvo Pärt, que podríamos interpretar como el paso por el purgatorio, el punto intermedio entre lo divino y lo humano. El grupo Neopercusión crea en esta pieza un aura con una sonoridad tan envolvente que hace palpable el aire de la sala. El gran xilófono y metalófono del escenario tienen unos timbres tan brillantes que hacen que el sonido parezca frágil y delicado a pesar de las dimensiones de los instrumentos. Sus repeticiones motívicas se ven interrumpidas por los golpes de los bombos que vienen de los laterales superiores del escenario, rompiendo periódicamente la ensoñación que estas creaban.


Así es como llegamos a la segunda parte del concierto, a la que representa el amor humano, mundano y carnal con los Catulli Carmina de Carl Orff. Con esta obra, el CSIPM muestra su labor de promoción de la música, y es que los conocidos Carmina Burana de Orff han sido programados frecuentemente en los últimos años, formando parte incluso del repertorio del coro y orquesta de la Universidad Autónoma de Madrid, pero los Catulli Carmina, su continuación en la trilogía de Carminas de Orff, son escasamente interpretados.


Con ellos, se representa el amor humano a través de las pasiones de Catulo, enamorado de Lesbia, quien respecto a él muestra la dicotomía del amor: el deseo carnal frente al amor puro y santo. Un amor prohibido, excitante, que termina consumándose de manera carnal. Para ello, se suman al Orfeón Pamplonés dos solistas en los papeles de Catulo y Lesbia y cuatro pianistas para la parte instrumental. La energía que se despide de la actuación es contundente, con una introducción que incluye hasta castañuelas y panderetas, llevándonos a sonoridades populares y, contrapuestas a la primera parte, muy mundanas.


Los pianos marcan incesantemente el carácter rítmico y ágil de la pieza. El coro, dividido en voces femeninas y masculinas, en un juego jocoso de rápidas réplicas entre ellos. El Orfeón, que nos había mostrado cómo era capaz de ejecutar las obras más serenas, nos muestra ahora todo lo contrario, explorando ámbitos más extremos en las voces, en un papel mucho más dramático. En los solistas podemos escuchar esta dicotomía que su amor simboliza: Eugenia Boix, como Lesbia, con una voz cristalina y delicada que sabe colocar adecuadamente para mostrar una gran expresividad y color; Alain Damas, como Catulo, con una voz mucho más narrativa, menos impostada, más humana y realista.


Concluye así un concierto de gran interés a varios niveles: una apuesta por obras habitualmente poco interpretadas, un brillante programa que las hilvana entorno a un claro discurso y una espléndida interpretación. Un concierto que nos transmite un mensaje de paz en digno recuerdo de quien dedicó su vida a ello.


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