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Nach Bach: Vasos comunicantes

Si hablamos de “grandes autores”, como indica el título del ciclo de conciertos organizado por el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música, incluir a Johann Sebastian Bach es casi un imperativo. Para esta ocasión, el pianista José Luis Castillo nos ofrece en Nach Bach: vasos comunicantes una nueva mirada tanto a J. S. Bach como a su música, explorando sus conexiones con otros compositores a través de las transcripciones y adaptaciones que hizo tanto Bach de otros autores como viceversa.


La figura de Johann Sebastian Bach es una de esas incuestionables de la historia de la música. Su música ha llegado a nosotros como una obra maestra, ejemplo del hacer musical, como el producto perfecto e incuestionable de un genio. Es por eso que un programa como el interpretado por José Luis Castillo en Nach Bach tiene tal llamativo: la música de Bach nos es presentada a través de las miradas de quien se han inspirado y aprendido de ella. Desde Franz Liszt a Émile Nauomoff, grandes pianistas han parafraseado las obras de Bach, las han transcrito en un ejercicio de aprendizaje del gran maestro del pasado. Que sean estas obras las que ahora se lleven a concierto, lo que nos muestra es la funcionalidad de la música: la música de Bach no murió con él en 1750, su obra no es impermutable, sino que llega viva hasta nuestros días en las adaptaciones que hacen pianistas como el mismo José Luis Castillo.


Con esto se retoma el debate de la interpretación musical sobre si la música era o es. ¿La música de J. S. Bach solo era en el momento que él la creó? ¿Debe ser exactamente como la dejó escrita, reinterpretada con instrumentos solo de la época? Con esta consideración historicista responderá en un interesante diálogo el próximo concierto del ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música a cargo de Jordi Savall, mientras con este se nos presenta la otra faceta de la cuestión: la música es inmutable cuando está muerta, y es la labor del intérprete mantenerla activa llevándola a su terreno y a su tiempo. Con el programa de este concierto, se nos muestra cómo los compositores sucesores han progresivamente adaptado la música de Bach al estilo de su tiempo para asimilarla en su repertorio.


El concierto comienza con el Capricho por la partida del amadísimo hermano, BWV 992, la única compuesta por J. S. Bach y sin adaptar. Sin embargo, no hay clave ni instrumentos antiguos; la sonoridad del piano y el virtuoso estilo al teclado de José Luis Castillo hacen que percibamos la obra de una nueva forma. La expresividad dinámica del piano crea una dicotomía estilística, diluyendo el carácter barroco de la obra con este nuevo timbre. Y es que el instrumento es realmente remarcable, con unos armónicos que llenan de color la sala de cámara del Auditorio Nacional, especialmente con la vivacidad del contrapunto de la fuga final de este capricho.


A continuación, la Fantasía nach Johann Sebastian Bach de Ferrucio Busoni mezcla en una expresiva sinergia material propio del compositor con el de tres corales de J. S. Bach. El resultado es una obra en la que ya comenzamos a percibir la adaptación de la música de Bach al potencial del piano. Castillo domina el entramado de voces que se crea en esta polifonía dando relevancia a un motivo de gran resonancia en los graves del piano, destacando luego las voces más agudas y poniéndolas en contraposición a las graves en un diálogo que explota la intensidad de los registros extremos.


Para terminar la primera parte, las variaciones de Franz Liszt sobre el tema de la Cantata BWV 12 de J. S. Bach terminan de incidir en la adaptación de Bach al potencial expresivo del teclado. Con esta pieza nos transmite totalmente el espíritu del piano romántico, aprovechando copiosamente todo el ámbito del teclado y su gran registro con prominentes escalas y amplísimos acordes. Castillo abarca esta pieza con un gran virtuosismo técnico, muy eficiente y de gran expresividad. Es un gran trabajo el que realiza, además, dando a cada una de estas piezas el carácter individual que piden, adaptándose y diferenciando muy bien los diferentes estilos pianísticos que requiere cada pieza.


Es al comienzo de la segunda parte cuando encontramos una de las piezas más brillantes del concierto. El concierto para órgano en Re menor, BWV 596, fue una transcripción que hizo el propio Bach de un concierto de Vivaldi, a su vez readaptado por William Murdoch para piano. Esta pieza nos muestra que no solo Bach ha sido transcrito, sino que él mismo asimiló muchas influencias y estilos transcribiendo obras de otros compositores. Desde la misma introducción, esta pieza nos crea un abanico de colores sonoros con una acumulación de armónicos manteniendo el pedal. El tema que se nos presenta evoluciona a modo de fuga ampliando el ámbito y creando una densa textura sonora. Una de las imágenes más bonitas del concierto será al final de esta pieza, en la que Castillo demuestra la gran sutileza y trabajo de los matices sonoros en el piano. En los acordes finales, vemos cómo se va extinguiendo la música volviéndose más débil a la par que el cuerpo del pianista ataca cada uno de ellos con un impulso diferente hacia el teclado, dominando el movimiento de todo el cuerpo en su interpretación.


A partir de aquí, se realiza el trabajo de transcripción al contrario de lo escuchado hasta ahora. Si se ha tendido hacia la ampliación del registro y de la sonoridad, ahora veremos como Bach también se puede reducir y condensar. Las siguientes tres piezas forman una unidad expresiva que nos llevan a una reflexión sobre el sentimiento religioso. El coral Erbarm dich mein, o Herre Gott BWV 721, un arreglo realizado por el propio José Luis Castillo, casi literal a la parte del órgano según sus propias palabras, y el aria Aus Liebe will mein Heiland Sterben de la Pasión según San Mateo nos llevan del virtuosismo del teclado a una música mucho más austera y solemne, con el Agnus Dei del Réquiem de Fauré entre ellas dos como una pequeña luz entre la gravedad del sentimiento de las obras de Bach. Esta parte funciona como una catarsis emocional en la que liberar toda la carga expresiva acumulada hasta ahora en un momento más introspectivo.


Para terminar, el arreglo de Johannes Brahms de la chacona de la Partita para violín solo en Re menor, BWV 1004, reduce esta pieza para ser interpretada solo con la mano izquierda. La carga de esta pieza, escrita por Bach cuando oye de la muerte de su primera esposa, plasma el contexto vital del autor, que Brahms condensa en una sola mano. Así, terminamos la segunda parte en el punto opuesto al que acababa la primera: Liszt hacía que la obra de Bach abarcase todo el registro del piano, y ahora con una sola mano se pueden abarcar las notas de la chacona con la que se concluye el concierto.



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