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Genios sin género

Este octavo encuentro del ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música podríamos decir que ha girado en torno al postromanticismo, presentándonos diversas propuestas musicales coetáneas en esta época. No habría instrumentos más representativos, además, que el piano y el violonchelo, solistas por excelencia del siglo XIX, que llegan a alcanzar la dificultad técnica inaudita que hemos podido apreciar en este concierto.


Sin haber leído el programa, nuestra impresión habría sido esa y el concierto no habría estado de menos. Sin embargo, es la autoría de las piezas la que nos aporta una nueva perspectiva, que es la que da nombre al título de este concierto: Genios sin género. Ante la escasa presencia en el repertorio habitual de composiciones firmadas por mujeres, los nombres de Nadia Boulanger, María Teresa Prieto y Dora Pejaĉevićse (re)encuentran con el público por un momento. No solo aparecen ellas en el programa, sino que van acompañadas de Franz Schubert y Claude Debussy, que quizás resulten más familiares.

Si la temática del encuentro es la mujer como compositora, ¿por qué no programar solo obras de mujeres? ¿No son suficiente estas para configurar un programa atrayente? Puede ser este el pensamiento que venga a algunos a la cabeza, pero tras el concierto, no cabe duda de cuál era el propósito de mezclar obras de autores de ambos géneros; el resultado es más que evidente, y funciona con gran brillantez. El género no es condicionante; podemos escuchar sucederse obras firmadas por un hombre o por una mujer y no podemos notar una diferencia ante una calidad tan o más equiparable. No hay rasgo musical que las diferencie y por ello es importante apostar por su inclusión cotidiana en los conciertos, sin tener que dedicar un evento especial solo para las compositoras, como si existiera alguna diferencia real que las separe.

El violonchelista Iagoba Fanlo y el pianista Pablo Amorós han sido los encargados de defender este programa en concierto, formando un dúo realmente compenetrado. Da comienzo a la primera parte la Sonata Arpeggione, D. 821, de Franz Schubert. Compuesta, como su nombre indica, para el singular instrumento que fue el arpeggione, pronto comenzó a interpretarse con violín o chelo, aunque la gran dificultad técnica de la obra por la cantidad de arpegios que incluye sigue suponiendo un reto notable, tanto que comenzar con ella el concierto con el instrumento todavía frío hace que no brille como debiese. El primer movimiento sonará oscuro y poco resonante, lo que se notará menos en el segundo por ser más lento y grave, y será en el tercero cuando el violonchelo nos muestre esos arpegios de gran dificultad con la sonoridad más cálida y potente que esperábamos.


Amorós al piano había estado ya marcado e incisivo en el acompañamiento de esta primera pieza, pero es en el trío de piezas de Nadia Boulanger cuando destacará su presencia. La primera de ellas, Modéré, contrasta la conversación rítmica entre el piano y el violonchelo, uno lento cuando el otro acelera. La segunda, Sans vitesse et à l’aise, tendrá un carácter más melódico y coral, mientras que la tercera, Vite et nerveusement rythmé, mostrará el ímpetu rítmico que ambos intérpretes saben llevar, con interesantes contrastes dinámicos en el piano y llevando al violonchelo a los extremos de su tesitura con rápidos trinos con los que Iagoba Fanlo nos impresiona y muestra sus extraordinarias capacidades.


No cabía duda de que Claude Debussy la Sonata para violonchelo y piano sería exigente al piano, instrumento predilecto de este compositor, pero Amorós afronta sus dificultades sin problemas, especialmente el primer movimiento, con sus marcados acentos y cambios de tempo. Este requiere gran agilidad al chelista, pero es el segundo, en el que se exploran tímbricamente las capacidades del instrumento con los pizzicatos y stacattos, súbitos accelerandos y disonancias de gran expresividad el que supone el mayor reto al chelista, que supera con gran profesionalidad. El tercer movimiento requiere de gran compenetración entre ellos, a la vez que juega con los golpes de arco del chelo sobre las cuerdas, jugando no solo con la sonoridad que esto produce, sino con el propio sonido del golpe. Además de ser una obra sonoramente muy interesante por la cantidad de efectos tímbricos que busca, llegando a su final, podemos ver la sonrisa que se les escapa a los intérpretes en ese juego de preguntas y respuestas entre ellos con el que llega a su fin la obra.


Tras la pausa para el descanso, se retoma el concierto en su segunda parte con el Adagio y fuga de María Teresa Prieto, originalmente compuesta para orquesta sinfónica. El chelo y el piano establecen en ella una conversación recíproca, a modo de imitación o de ecos. El chelo presenta el tema principal, en el que se denota la familiaridad de la compositora con el estilo modal y dodecafónico, que luego retoma el piano y desarrolla creando un entramado polifónico, que, sintetizado en el piano, nos recuerda a las fugas para teclado más bachianas.


La última obra, y quizás la más atrayente por suponer su estreno en España por petición expresa del Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música, es la Sonata en Mi m, op. 35 de la compositora croata Dora Pejaĉević. Esta se mantiene dentro de los esquemas tradicionales de la sonata, especialmente en su primer movimiento con forma sonata. En este, el chelo presenta los temas en un carácter muy melódico, mientras el piano, aunque elabora unos crescendos y cambios dinámicos, se mantiene en un segundo plano como acompañamiento.Su segundo movimiento se trata de un scherzo en el que el piano ganará protagonismo, creando un efecto de galope acelerado sobre el chelo. Ambos instrumentos están bien integrados y se complementan unos a otros en la interpretación. El tercer movimiento será un Adagio sostenuto en el que el chelo interprete un tema con variaciones, adquiriendo cada vez un carácter más languideciente, con una gran expresión.


Antes de comenzar el que será el último movimiento de la obra y el que de fin al concierto, Amorós le dedica una profunda mirada a su compañero, esperando que dé comienzo a la interpretación que retoma el esquema de sonata del primer movimiento, cerrando así sobre sí misma la sonata, a la que sigue el gran aplauso del público a la que ha sido una brillante interpretación de un repertorio que destacaba por su dificultad técnica, abordada con gran expresividad.

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