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Fin de fiesta

El Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música clausura su XLVI temporada con un concierto cuyo título resulta más apropiado de lo que esperábamos, y es que el Fin de fiesta a cargo de L’ Arpeggiata de Christina Pluhar ha sido verdaderamente toda una fiesta. Los ritmos de las músicas populares y tradicionales han invadido la Sala Sinfónica con una gracia inusual en el Auditorio Nacional que, sinceramente, daban ganas de levantarse a bailar. El lugar hacía esperar algo más comedido, más historicista, tradicional e, incluso, más sosegado, por lo que la fusión barroco-contemporánea que lleva a cabo L' Arpeggiata mezclando instrumentos antiguos con otros modernos para explorar este repertorio popular tan vivaz resulta toda una sorpresa.


Esto sería, quizás, lo más remarcable fuera del ámbito puramente musical: el lugar en el que se acoge esta música. Es verdad que la música va a seguir siendo la misma se toque donde se toque, pero la experiencia y la vivencia en la recepción de esa música estará totalmente condicionada por circunstancias como el lugar en el que nos encontremos y el valor y protocolo que tengamos asociados a ese lugar, y precisamente este es un lugar con una personalidad muy definida. El Auditorio Nacional nos hace pensar en el traje de chaqueta, en la gran orquesta, los aplausos al maestro y el silencio y la quietud del público expectante. En este caso, todas estas ideas caen en saco roto y hacen que nuestra experiencia sea diferente, incluso algo dicotómica.



La actitud de L’ Arpeggiata es, desde el primer momento, muy afable, próxima y cálida. Aunque el espacio sea grande, el grupo se siente muy próximo; aunque la pequeña agrupación no llene físicamente el espacio del escenario, su presencia se siente en la sala como la que más. Es una pena que a su contra juegue la acústica de una sala tan grande contra la sonoridad tan tibia de los instrumentos barrocos y el estilo de canto más cercano a la canción popular que, a diferencia del lírico, tiene una menor proyección de la voz. Esto hace que, aunque con sus ritmos puedan alegrar a todo el auditorio, quizás no se escuche como debiera en todo el lugar. Tener que estarse quietecito en el asiento ante una música tan alegre tampoco da mucho a favor, por lo que la Sala Sinfónica supone verdaderamente un reto, ya no solo por las cuestiones técnicas de la sala, sino por estar llevando, además, música popular y tradicional a un lugar dedicado a la tradición sinfónica. La calidad musical y la interesante apuesta instrumental que nos presenta L’ Arpeggiata, definitivamente merecen la pena y consiguen dar ese golpe sobre el tablero.


Lo más sorprendente de la agrupación era la variedad de instrumentos que tocaban y cómo, cuando menos lo esperabas, aparecía alguno nuevo, como la melódica (pequeño teclado al que se sopla) que hace aparecer el clavecinista. El violín, el arpa y la guitarra barrocas, el salterio, el corneto y el clave, junto con el contrabajo, las maracas y la percusión crean una colorida variedad de sonidos, siempre dentro de una sensación de conjunto, con un carácter desenfadado en el que se difumina la jerarquía tradicional de la agrupación orquestal. Esta variedad da un color tímbrico poco habitual, sacándonos de las tradicionales texturas tímbricas, y es que la tradición clásica occidental poco ha explorado en cuanto a timbres. Por eso es tan singular la propuesta de L’ Arpeggiata, nos presentan músicas que exploran la tímbrica y la combinación de ritmos, que podríamos decir que son los elementos más relegados en la música clásica.


La dinámica del concierto se asemeja, más que a un programa cerrado y protocolario, a una jam de improvisación en la que los intérpretes se van turnando para tener su pequeño momento como solista. El diseño del programa en gran cantidad de piezas cortas hace que cada intérprete pueda protagonizar una de ellas. La soprano Céline Scheen da el carácter perfecto, con una voz oscura y profunda que contrasta con su tesitura aguda, a las canciones tradicionales catalanas y mallorquinas como La dama d’ Aragó y De Santanyí vaig partir, con un énfasis más tranquilo y pausado en sus melodías lentas. Luciana Mancini será la mezzosoprano que cante e interprete, porque no podía faltar algo de baile cuando se canta algo tan rítmico, las canciones tradicionales venezolanas como Pajarillo y Pajarillo verde. Dentro de lo animadas que resultaban estas canciones, la velocidad a la que debía cantar la letra hace que proyecte menos la voz y resulte la que menos se escuche. A cargo de las canciones mexicanas y brasileñas estaba el contratenor Vincenzo Capezzuto, que dejará al público encantado desde la tarantela tradicional de Carpino, después de la ciaccona que abre el concierto, y brillando especialmente en el arreglo de Christina Pluhar de La Llorona, con una voz muy limpia y expresiva, con unos cambios de resonancia y de textura en la voz perfectamente ejecutados.


Pero no solo los cantantes destacan como solistas, sino que los instrumentistas también tienen sus momentos de lucidez. El momento más divertido será el solo de maracas durante Zumba che zumba, canción tradicional venezolana, en el que Rafael Mejías explotaba el potencial del instrumento de una manera insólita que al final provocaba una sonrisa en el público cuando, esperando que terminara, utilizaba otro ritmo o técnica diferente. Las polirritmias improvisadas de la percusión en el Canario de Girolamo Kapsberger (1580-1651) , o el solo de violín con tanta potencia en La Dia Spagnola de Nicola Matteis (ca.1650-1713) hacen que resulte un concierto realmente espléndido por su calidad y variedad, por cómo explora los límites de la música popular dentro de la interpretación profesional y por las líneas que traza entre la música tradicional y la música antigua, buscando esa relación de continuidad entre el pasado y el presente.




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