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EL QUINTETO DE CUERDAS DE LA FILARMÓNICA DE BERLÍN Y MIGUEL ÁNGEL TAMARIT. DE VIENA A PRAGA.

El emblemático quinteto de cuerdas berlinés (PSB) pisa por primera vez el Auditorio Nacional de Música en el marco del XLVIII Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid junto al clarinetista Miguel Ángel Tamarit.

La Sala de Cámara del Auditorio Nacional acogió el pasado 6 de marzo el cuarto concierto del Ciclo organizado por el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música (CSIPM) de la UAM bajo el título De Viena a Praga. Una propuesta de innovación y tradición a través de las obras de W. A. Mozart (1756-1791), J. Lanner (1801-1843) y A. Dvořák (1841- 1904).


Este quinteto (PSB) está formado por representantes de cada sección de cuerdas de la Orquesta Filarmónica de Berlín y de ahí su aportación innovadora, es decir, que rompen con la encapsulada concepción del cuarteto y quinteto de cuerdas y sus componentes tradicionales, -violines, violas y violonchelos-, y añaden un contrabajo. Apuesta que por una parte requiere arreglos de las piezas interpretadas del compositor J. Lanner, y por otra, responde al planteamiento original del Quinteto nº 2 de A. Dvořák. Para la interpretación del Quinteto para clarinete de W. A. Mozart contaron con el cuarteto de cuerdas tradicional y la figura del valenciano Miguel Ángel Tamarit.


Le bon goût


«Bravos» a la española y aplausos acalorados daban crédito a una excelente interpretación virtuosa que nos concede la licencia de reabrir el debate sobre «el buen gusto». Tanto el Quinteto de Cuerdas de la Filarmónica de Berlín como el clarinetista Miguel Ángel Tamarit expresaron con «Fuerza y Delicadeza la Intención del Compositor» que comporta el «gusto musical» según Francesco Geminiani, autor de dos tratados sobre el buen gusto musical (1748 y 1749). Igualmente mostraron «esa sensibilidad interna, selección y juicio por los cuales se revela nuestro intelecto en materia de sentimiento» definición que aporta Mattheson al respecto.


En esta ocasión «el buen gusto» de los intérpretes se acercó aún más al planteamiento de otro compositor, Couperin, quien decía que le bon goût consiste en tocar bien con el objeto de impresionar a personas de verdadero gusto. Y así fue, la refinada y exquisita interpretación que ofrecieron no sólo caló en el público por «lo bien tocado» sino que además sorprendió desde el punto de vista interpretativo, histórico y sonoro.


Tal como muestra la labor de estos músicos, aunque la intuición es un atributo muy valioso no sustituye al conocimiento ni a la investigación histórica, es más, esta actitud es tendencia según exponen C. Lawson y R. Stowell, en su Interpretación histórica de la música (2005), y en este caso fue un elemento diferenciador.


Viena y la danza


El concierto se abrió paso con la frescura de la música de danzas del Romanticismo de J. Lanner, - Spanischer Galopp, Op. 97b, Taglioni Walzer, Op. 141 y Tarantel Galopp, Op. 125-, tres piezas que representan el estilo de un compositor que ha pasado a la historia como el padre del vals, junto a Johann Strauss I.


La versión ofrecida destacó por un equilibrio rítmico exhaustivo acompañado de marcados contrastes de planos sonoros que nos ambientaban y transportaban a los salones de baile románticos. En el Op. 141 nos mecieron a ritmo de vals mientras que en las otras dos obras recrearon la viveza y desenfreno que produjo la llegada de danzas más vivas, como es el galop, -una danza rápida que solía usarse para el cierre de una secuencia de baile.


El maestro J. Lanner a la edad de 12 años fundó un trío y en poco tiempo se convirtió en uno de los empresarios más importantes de música ligera en Viena. Llevó la música de estas danzas a cada rincón de la ciudad y seguidamente las giras se abrieron al imperio austro-húngaro, Italia, etc. Una ambientación sonora que el conjunto PSB recreó maravillosamente.


Los últimos años de Mozart en Viena


Justo tres meses antes de finalizar el Quinteto para clarinete y cuerdas en La, KV. 581, el 27 de junio de 1789 Mozart le escribe a su amigo M. Puchberg:


Si usted, muy digno Hermano, no me ayuda en este momento, perderé mi honor y mi respeto, lo único que deseo conservar. […] y si no me vinieran frecuentemente negros pensamientos que debo rechazar con esfuerzo, aún me portaría mejor… (J. y B. Massin, p. 487).

Mozart vive uno de sus peores momentos debido a la muerte de su padre en 1787 y la situación precaria por falta de encargos. Y aunque esto no afecta a la calidad de la obra, sí se detecta un halo de tristeza desde al primer movimiento Allegro, interpretado con riguroso equilibrio entre los instrumentos y con un resultado sonoro empastado que enfatizaba este carácter de la obra.


El protagonismo del clarinetista Miguel Ángel Tamarit brilló en el segundo movimiento, Larghetto, luciendo un control técnico y una capacidad expresiva sobrecogedora. La homogeneidad del sonido que consiguió en todos los registros sonoros responde a uno de los objetivos del compositor. Esta obra requiere un nivel de exigencia técnica y expresiva que en su momento sólo el clarinete vienés podía producir con exactitud. Shackdeton en The New Grove afirma que el clarinete bohemio de la época de Mozart se encontraba en un nivel de desarrollo más avanzado que en cualquier otro lugar. Por su parte, Tamarit aportó una gran calidez apoyado en su técnica y las posibilidades de un clarinete ya desarrollado.


El Menuetto y Allegreto con variazioni dieron la oportunidad de mostrar el profundo y buen trabajo estilístico realizado con esta obra por parte de los cinco componentes, otorgando mucha importancia a la articulación. Unos ataques de principios y finales de golpes de arco y frases que exaltaban el lenguaje de Mozart en cuanto a matices, dinámicas, fraseo y expresión. Esa suavidad en cada golpe de arco a la que ya aludía el padre de Mozart, Leopoldo Mozart, de la que pudimos disfrutar.


Praga, nuevas sonoridades


Durante el Romanticismo continuaron las relaciones estrechas entre Praga y Viena y así, los modelos formales vieneses siguieron latentes en toda Europa. Dvořák, tras una etapa marcada por el interés sobre el folklore y además bastante influido por Liszt y Wagner, se postula en un intento de simplificación que mira de nuevo a Viena a partir de 1874, y en 1875 finaliza su Quinteto n.º 2, conocido como Op. 18. Fue compuesto en origen con cinco movimientos, y más tarde, en 1888, se publicaría la versión conocida como Op. 77 con cuatro movimientos.


Es uno de los pocos ejemplos de la literatura de cámara que cuenta con la formación de cuerda que presenta el Quinteto de Cuerdas de la Filarmónica de Berlín, con un contrabajo. Una experiencia sonora de mayor densidad y espaciamiento propio de la orquesta, que escuchamos con el emblemático PSB. El lenguaje idiomático de Dvořák en esta obra requiere de unos componentes que puedan abordar en igualdad de condiciones pasajes exigentes, una partitura que brinda más oportunidades expresivas al violonchelo, en este caso interpretado deliciosamente por Tatjana Vassiljeva.


La habilidad técnica del compositor para insertar recursos musicales del folklore en un lenguaje y estilo vienés de perfil más internacional fue subrayada por los intérpretes con juegos de cambios de color que ponían en evidencia las estéticas de determinados pasajes. Una vez más retomamos la idea inicial de una interpretación con expresividad, fuerza y juicio, que aluden a Geminiani y Matheson.


Tras un comienzo sutil y con tintes de oscuridad al comienzo de la obra, la densidad y el espaciamiento creció con total claridad por parte del conjunto. A ello le deviene el paso hacia los siguientes dos movimientos marcados por un mayor efectismo popular, en los que el protagonismo de los violines en determinados pasajes contó con una interpretación brillante y sobrecogedora. La interacción entre ellos fue ganando protagonismo en el cuarto movimiento, destacando la intervención del expresivo violonchelo, y para finalizar el último movimiento, el conjunto recuperó el color inicial y un equilibrio orquestal más comedido con el que cerró el concierto.


Por Rosa Díaz Mayo




PROGRAMA DE CONCIERTO


J. LANNER

Spanischer Galopp, Op. 97b

Taglioni Walzer, Op. 141

Tarantel Galopp, Op. 125

W. A. MOZART

Quinteto para clarinete y cuerdas en La, KV. 581


A. DVOŘÁK

Quinteto n.º 2, Op. 77


PHILHARMONISCHES STREICHQUINTETT BERLIN (PSB)

Miguel Ángel Tamarit, clarinete

Luiz Felipe Coelho, primer violín

Romano Tommasini, segundo violín

Wolfgang Talirz, viola

Tatjana Vassiljeva, violonchelo

Gunars Upatnieks, contrabajo


Acceso al número completo aquí.

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